3018, abril, dieciséis, lunes.
Los
diarios anunciaban, como siempre, la revolución tecniológica, la llegada a
Titán, la nueva moda de los implantes oculares, el debate en la ONU por la
aprobación del acta Seis-Ocho-Cuatro para que los androides colonizen
Australia. Miro por la ventana del piso ubicado en el nivel superior de la
Torre Argentina. Alcanzo a ver la curvatura de la tierra, el reflujo radiactivo
de las auroras australes, la Mancha Permanente sobre el Pacífico Sur, un
destello intermitente cuando el sol ilumina la Torre Africa. Una sola cosa
tengo en mente, uma sola cosa me arranca el pensamiento y una lágrima de
acetona. El caso del inventor que inventa la máquina de la felicidad eterna y;
cuando termina de construirla, se da cuenta que no tiene nada más para
inventar, se deprime y se suicida. Jamás entenderé a los humanos.
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