Al abrirse el telón, cámara negra sobre la escena,
en el centro, como únicos muebles, un sillón de mimbre con cubre respaldo
tejido al crochet, una mesa ratona y dos sillas de paja haciendo juego.
Desde el fondo, vistiendo con ropa sencilla y un
poco holgada, apoyándose en un bastón, aparece Octavio, hombre bajito y desgarbado,
trae en su mano derecha una jaula de un metro y medio de largo. Al sentarse en
el medo del escenario saca de entre sus ropas un marco de bronce, que apoya
sobre la mesa, Una suave luz ilumina la escena.
OCTAVIO
(Mirando al
público)
En este momento vengo de cobrar mi abultada
jubilación de mil ochocientos cincuenta pesos. Quien me paga esto es el
gobierno, que me dice la verdad y cuida mi honorable vejez. De gasto diario
tengo doce pesos, que según el INDEC es lo que yo tendría que gastar para
alimentarme. Doce pesos a treinta días suman trescientos sesenta pesos. A mil
ochocientos cincuenta pesos le restamos trescientos sesenta terminaría
ahorrando mil cuatrocientos noventa pesos, descartando manjares abusivos. (PAUSA)
Una abuela genovesa y un abuelo catalán de mi familia siempre me decían que
había que guardar para la vejez. En base a ese consejo guardo para el día de
mañana. Al mediodía almuerzo un plato de arroz hervido mezclado con lechuga y
una siestita. A la noche, dos o tres matecitos y, un pedazo de galleta y a la
cama.
(Silencio. Octavio se para, revisa sus bolsillos
dejando al descubierto el forro de los mismos) (Al espectador)
Dígname la verdad. ¿No le parezco una figura grotesca?
Así me siento yo desde hace dos meses. Sesenta días con sus correspondientes
noches. Cuando me acuesto me despierto a
cada rato y camino buscando los mil cuatrocientos noventa pesos que estoy
convencido los tengo guardados en algún lado. Luz, gas, municipal y televisión
no pago. De eso se encarga mi hermana que vive en la habitación de al lado.
Esta casa es herencia de nuestros padres y la compartimos. Los dos somos
mayorcitos de edad y solterones.
Yo voy a cumplir setenta y ocho años y ella sesenta
y uno, con novio, caderas anchas y tetas puntiagudas. Así
es. De mi no voy a hablar porque al mirarme en bolas frente al espejo me doy
lástima (pausa breve) falta total de
mercadería.
¡Ah! ¿Saben una cosa? Me olvidé de decir algo muy
importante de mi vida particular. A esta edad voy mensualmente a tomar clases
de literatura. Cuatro clases mensuales de dos horas cada una a ciento veinte
pesos. Más un mate cocido que suma doce pesos incluida la propina del mozo.
Razonando hace un total de ciento sesenta y ocho pesos. Cerrando (pausa) cobro
mil ochocientos cincuenta, gasto trecientos sesenta en comida y me desasno por
ciento sesenta y ocho. Si no me equivoco tendría que tener guardados mil trescientos
veintidós pesos. He revisado la casa de arriba hacia abajo, de izquierda a
derecha, los libros de la biblioteca uno por uno, también la ropa del placar he metido la mano en todos los bolsillos. (Hace
un gesto) pero los mil trescientos veintidós pesos no aparecen (piensa) ¿me los
habré comido sin tener hambre? Al cine no voy y al teatro tampoco.
(pausa) (al publico)
Señores, por favor, ¿serian tan amables como para
ayudarme a salir de este matete? A lo mejor entre todos podemos. Dándonos la
mano formaríamos una cadena Yo solo no lo voy a lograr (pausa) (enojado,
dolorido) ¡cómo nos han cagado la vida estos hijos de mil puta! (un poco más
calmado) Señora, señorita, (rogando) por
favor, por favor no se levanten del asiento (calmado) El termino que ustedes
acaban de oír figura en el Diccionario de la Lengua de la Real Academia. Bien
empleado no es ofensivo, nos ofenden aquellos que nos gobiernan. Tienen la
obligación de gobernar, no de robar. A nosotros los viejos no aprendieron a respetarnos.
(Enojado) ¡Son unos mal paridos! (haciendo un gesto) no hablemos más de este
tema. Me hace mucho daño.
(Detrás del actor, a la derecha del espectador,
comienza a iluminarse una ventana)
(Octavio toma el marco de arriba de la mesa)
La foto que ustedes ven dentro de este marco es la
del bello inquilino, que hasta hace unos días vivía dentro de esta jaula (la
señala con un gesto)
Digo vivía, porque hace una semana que falta de
casa. Una tarde salí a hacer unas compras y sin darme cuenta dejé la ventana
abierta.
Tengo que contarles cómo llegó a casa. Fue casi al
amanecer (recordando) alcancé a ver una
tormenta muy fuerte que venía del lado del sur (pausa) Él estaba paradito en
sobre el dintel de la ventana mirando hacia abajo (recuerda, sonríe, de repente
se le borra la sonrisa) la que estaba muerta en el suelo era su madre. Era un
pichón recién nacido que temblaba de frío. Lo tomé entre mis manos (se mira las
manos) un viento huracanado acompañado de fuerte lluvia desgajaba los árboles del jardín. Como pude
serré la ventana y poniéndole llave a mi cuarto le dejé y corrí a buscarle
comida. De vuelta bajé al sótano a buscar esta hermosa jaula de bronce,
herencia de mis bisabuelos. Adquirida en una de esas casas de compraventa,
junto a la cama matrimonial también de bronce que las mujeres de la casa dos
veces por año limpiaban y lustraban. Puteadas de por medio. Yo era una criatura
y a ese recuerdo simpático no lo puedo olvidar. Siguiendo con el cuento, el
primer día, al abrir la puerta, lo encuentro paradito sobre esta mesa (acaricia
la mesa) que en este momento estoy
acariciando con cierta emoción.
Por las mañanas, apenas amanecía, él me lo hacía
notar con la perfección de su trino. Primero le limpiaba la jaula. Agua fresca
y alpiste nuevo.
Cumplida esta misión lo depositaba sobre la mesa
para charlar entre los dos, mientras yo tomaba mi desayuno. Lo convidaba con
una rodaja de manzana o un gajo de naranja, colocándoselo dentro de su casita.
Al poner mi dedo dentro de la jaula, se posaba sobre él picoteándomelo. Un día
tomé la determinación de encerrarnos por dentro los dos solos. Le abrí la
puerta de oro de su reja y lo dejé libre para ver qué hacía. Salió como
enloquecido girando por este enorme cuarto. (Recordando) .Volaba y volaba
(silencio). Lo dejé toda una tarde canturreando y marcando los muebles con sus
caquitas, mientras un rayo de luz que se colaba por esas rendijas marcaba en el
aire, como copos de nieve, la caída del recambio de sus plumas. Después de esa
noche tormentosa, tras la torpe caída de su vuelo sin experiencia, estaba
aprendiendo a volar. Volviendo al tema central del cual estaba hablando,
también aprendí otra cosa: a no cerrarle más la puerta de su jaula. Entraba y
salía a sus anchas. En un plato sobre la mesa tenía servida su fruta diaria. A
cada rato (tocándose el hombro) estaba parado encima de mis hombros. La
experiencia de vida me ha enseñado que la mancomunión entre el hombre y el
pájaro es perfecta, siempre y cuando éste se lo permita. (Sentencioso) A veces
más placentera que con un cristiano. ¿Saben por qué uso bastón? Fue después de
una caída torpe. Rotura de menisco. No me recuperé más. Sucedió al entrar en
casa, cuando quise patear una lata vacía en la vereda. Con el tiempo, aprendía
a comprender y respetar mis dolores. Que nadie está exento. Si mal no recuerdo hay
un proverbio chino que dice (recita) quien teme sufrir, ya sufre al temer.
Entre nosotros, la felicidad no la tenemos ni existe. La deseamos, nada más. (Pausa)
y entender que cuando la enfermedad llega, es porque nos pertenece, no hay
necesidad de lamentarse. Hace un tiempo que vivo en soledad casi completa.
Salvo la excepción de la llegada de mi amigo, que no pierdo la esperanza de que
vuelva a nuestro hogar (dice estas últimas tres palabras con dulzura). La vista
se me ha acortado mucho y cada día veo menos televisión. De esto último no me
arrepiento, dada la vulgaridad de los programas que pasan hoy en día (pausa).
Las únicas series que me entretienen son las de animales y cuando muestran
paisajes de otras partes y cómo viven en otros lados.
Aprendo. (Con picardía) Y me ayuda a viajar sin gastar plata. Me entretengo cuando llega mi hermana;
ella no viene a conversar. ¡A monologar! Es un disco rallado. Y encima pisotea
las palabras, una encima de la otra, que se transforman, como dijo
“shaquespeare” por boca de Macbeth (recuerda, se prepara, recita como en un
teatro) ruido, sonido, y furia. (Pausa) señoras y señores (entusiasmado)
¿ustedes no escuchan un golpeteo? ¡Es a mis espaldas!
(Octavio se da vuelta, queda de espaldas al público,
mirando hacia la ventana que se ilumina con un tono celeste rosáceo Tira
enloquecido su bastón y avanza con paso seguro para abrir la ventana, se
escucha un golpeteo, al principio apenas perceptible pero que va in crescendo, girando
en el medio del escenario, al ritmo de los golpes que son cada vez mas
continuados y se van fundiendo con los latidos del corazón de Octavio, que cabalga taquicárdicamente
hasta estallarle y funde con el piiiiiip de un electrocardiógrafo al parase el latido,
Octavio cae muerto sobre la jaula vacía)
TELÓN